lunes, 21 de junio de 2021

La (s) lección (es) de la(s) muerte(s)

Escuché alguna vez, no recuerdo dónde ni cuándo, que no hay nada más elocuente que la muerte. Tal característica, sin embargo, depende de la cercanía de su paso. Cuando se trata de un miembro de la propia familia o amigo adquiere su máxima expresión. Pero pierde el impacto  cuando el fallecido es  pariente de parientes, amigo de amigos, conocido, conocido de conocidos y etc. En síntesis, la elocuencia superlativa de la muerte no se refiere a la realidad incuestionable, que nos espera a todos los seres vivos sino a la que se lleva para siempre a un ser querido, cercano, parte de nuestra historia.


En los años y medio de la pandemia, la realidad de la muerte y de las muertes se nos volvió cercana, cotidiana, de todos los días. Al principio sólo por las noticias difundidas a través de los medios masivos y las redes sociales del frío número de los decesos. Después, poco a poco, cuando los fallecidos eran compañeros de trabajo, parientes, amigos, vecinos, la elocuencia de la muerte comenzó a acompañarnos de muy diversas maneras, como diversas son las formas en que se dieron los padecimientos, las necesidades y ni qué hablar de los apremios financieros sufridos por cientos, por miles de familias.

El gran impacto de las muertes, cercanas o lejanas a cada uno, sin embargo no siempre es vivido en lo que podemos llamar la lección más positiva: el apreciar la vida para que superemos todo lo que va en contra de la misma e incentivemos la nutrición saludable, los ejercicios físicos y mentales, las relaciones armónicas. Pero todo ello, convenzámonos, no se dará de la noche a la mañana ni siquiera por una adhesión momentánea llena de entusiasmo.

Si realmente nos interesa revertir el pésimo sistema sanitario del país, el deficiente rubro destinado a la salud en el presupuesto general de gastos, la falta de personal formado y bien remunerado, debemos exigir los cambios consecuentes en las políticas públicas. Lo que vimos, desde el principio de la pandemia son por demás elocuentes y van desde la corrupción desvergonzada hasta el cinismo de pretender ocultar, maquillar, lo que miles de compatriotas sufrían en los centros de salud.  Males no necesariamente exclusivos nuestros sino de muchas naciones, incluyendo las del llamado Primer Mundo. En síntesis, siempre la salud pública va a la zaga del deporte espectáculo, de los sueldos de los gobernadores, de los gastos superfluos etc.

Si todo lo anterior implica varios planes a largo plazo, no significa que sea imposible propender a los cambios. Es hora de exigir a los políticos que sus planes se centralicen en la solución de los graves problemas de la salud en todos sus aspectos.

Asimismo, tanto a nivel personal como familiar y comunitario, debemos imponernos valorar las verduras y las frutas en las comidas diarias, consumir menos azúcares, gaseosas, beber agua.  Asumir, como parte imprescindible de la rutina diaria, por lo menos de 20 a 30 minutos las caminatas, los ejercicios físicos.

Las grandes lecciones de la muerte y de las muertes están allí, sin aulas presenciales y no presenciales. Es desolador que no las tomemos en cuenta, que apliquemos el tradicional ñemo lomo. Tengo la esperanza de que no todo está perdido en nuestro país. Cientos de médicos, enfermeras, auxiliares, arriesgan sus vidas por nosotros. Cientos de miembros de varias comunidades siguen con las ollas populares para los más carenciados. Mis hijas me cuentan que cuando, por las redes sociales, solicitaban los remedios necesarios contra el Cóvid para mi esposa y para mí, muchos amigos y otros desconocidos los ofrecían incluso gratuitamente. Desde la solidaridad, desde la projimidad, podemos incentivar una sociedad justa, equitativa, inclusiva, cordial, entre nosotros y desde nosotros con la naturaleza, con los animales.

Santiago Caballero. 19.06.21

 

 

 

 

 

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