Escrito por: Santiago Caballero
Las caricaturas son parte de la edición de los diarios y de
las revistas. A veces ocupan páginas o secciones especiales, otras son como
“ilustraciones” de los artículos o notas o incluso de las tapas y contratapas.
Están a cargo de creativos o ilustradores, por lo tanto, su producción es parte
de una especialización. Asimismo, la historieta, cualquiera sea su tema, participa
de todas las vicisitudes de la comunicación periodística, sea la simple noticia
o la opinión.
Llegó a mi whatsapp una historieta en la que los protagonistas son una niña, la que habla, y un niño, que no habla pero engulle con fruición una galleta o un sandwich. Ella dice: “Los del EPP utilizan a los niños como escudos humanos…¡Vos podrías ser una muralla!”.
Encuentro aquí por los menos tres crímenes a través de una “inocente”
caricatura cuyos protagonistas son unos también inocentes niños. Los culpables
de tales crímenes serían el creador, el difusor de la revista o diario y el de
los whatsapp.
Caricaturizar un procedimiento de un grupo criminal es absolutamente
improcedente, inadecuado, impropio, pues es una práctica que riñe con los más
elementales derechos de sus víctimas, en general; y, en particular, en el caso
de los niños, doblemente penado pues se los debe excluir expresamente de los
lugares de guerra, de guerrillas o como se los llame, como está taxativamente mandado
en la Convención de los Derechos de los Niños, ratificado por nuestro país.
El manejo realizado sobre el tema por el caricaturista se
llama “banalización” o sea volverlo “trivial, común, insustancial”. La vida de
un niño o de los niños jamás puede ser algo sin importancia, como si su vida o
su muerte fuera del arbitrio de los mayores, en cualquier circunstancia de la
vida cotidiana o en la guerra o la guerrilla. Al convertirla en tema de risa,
el crimen de la exposición a la muerte, pasa a un segundísimo plano y que
incluso mueve mover a la risa, de los desprevenidos o de los idiotizados por
este perverso uso comunicacional.
El otro crimen es pretender mover a la risa una escena de
bullying.
Ni el bullying ni la guerrilla pueden impugnemente ser
banalizados. Creo que como ciudadanos conscientes de los graves atropellos a los
derechos de los niños debemos estar siempre alertas. Es urgente propiciar el
debate, serio y responsable, de las implicancias de la libertad de expresión.
Los comunicadores jamás pueden disociar su rol de la ética. Los perceptores
debemos estar atentos a exigir esta inseparable conjunción.
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