martes, 15 de septiembre de 2020

LOS NIÑOS, LA GUERRILLA, EL BULLYING

Escrito por: Santiago Caballero 


Las caricaturas son parte de la edición de los diarios y de las revistas. A veces ocupan páginas o secciones especiales, otras son como “ilustraciones” de los artículos o notas o incluso de las tapas y contratapas. Están a cargo de creativos o ilustradores, por lo tanto, su producción es parte de una especialización. Asimismo, la historieta, cualquiera sea su tema, participa de todas las vicisitudes de la comunicación periodística, sea la simple noticia o la opinión.


Llegó a mi whatsapp una historieta en la que los protagonistas son una niña, la que habla, y un niño, que no habla pero engulle con fruición una galleta o un sandwich. Ella dice: “Los del EPP utilizan a los niños como escudos humanos…¡Vos podrías ser una muralla!”.

Encuentro aquí por los menos tres crímenes a través de una “inocente” caricatura cuyos protagonistas son unos también inocentes niños. Los culpables de tales crímenes serían el creador, el difusor de la revista o diario y el de los whatsapp.

Caricaturizar un procedimiento de un grupo criminal es absolutamente improcedente, inadecuado, impropio, pues es una práctica que riñe con los más elementales derechos de sus víctimas, en general; y, en particular, en el caso de los niños, doblemente penado pues se los debe excluir expresamente de los lugares de guerra, de guerrillas o como se los llame, como está taxativamente mandado en la Convención de los Derechos de los Niños, ratificado por nuestro país.

El manejo realizado sobre el tema por el caricaturista se llama “banalización” o sea volverlo “trivial, común, insustancial”. La vida de un niño o de los niños jamás puede ser algo sin importancia, como si su vida o su muerte fuera del arbitrio de los mayores, en cualquier circunstancia de la vida cotidiana o en la guerra o la guerrilla. Al convertirla en tema de risa, el crimen de la exposición a la muerte, pasa a un segundísimo plano y que incluso mueve mover a la risa, de los desprevenidos o de los idiotizados por este perverso uso comunicacional.

El otro crimen es pretender mover a la risa una escena de bullying.


Los niños y niñas gorditos, rellenaditos, lo saben sus padres, sus maestros, son siempre ocasión de risa de sus pares e incluso de algunos mayores. Nunca olvidaré la exposición oral de uno de mis alumnos de Trabajo Social en el tema de las discriminaciones. Nos narró su triste experiencia en la Primaria y en la Secundaria, cuando sus compañeros se burlaban de él por su gordura y cuando en los recreos o en la clase de gimnasia jamás lo elegían para participar en el partidí. Nunca existió un o una profe que tomara su tema para proponer a la clase una reflexión tendiente a que los chicos depongan su pésima actitud, respeten a su compa, lo ayuden a integrarse. Esta ausencia lo sufrió a lo largo de la Primaria y de la Secundaria.

Ni el bullying ni la guerrilla pueden impugnemente ser banalizados. Creo que como ciudadanos conscientes de los graves atropellos a los derechos de los niños debemos estar siempre alertas. Es urgente propiciar el debate, serio y responsable, de las implicancias de la libertad de expresión. Los comunicadores jamás pueden disociar su rol de la ética. Los perceptores debemos estar atentos a exigir esta inseparable conjunción.


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