viernes, 29 de marzo de 2019

Aprendemos con el tío vivo multicolor


Escrito por: Santiago Caballero

“Tiovivo” es un sinónimo, no utilizado entre nosotros, de “calesita”, así como “carrusel”. Conocer y usar los muchos sinónimos es muy útil e indispensable para enriquecer el vocabulario.
En una de las clases de Comunicación Oral y Escrita con los bichos de Trabajo Social de la Facultad de Ciencias Sociales de la UNA, apareció en una lectura el vocablo “Tíovivo”; se me ocurrió preguntar a la clase cuál es el significado del mismo. Nadie respondió; entonces, seguí con otra: ¿Y, carrusel? Esta sí sabía una alumna. En conclusión, en un santiamén, recordamos dos sinónimos de la calesita de las alegrías de  nuestra infancia, de la de nuestros hijos y, si Dios quiere, de nuestros nietos. El aprendizaje de nuevas palabras es parte del mejor conocimiento de las lenguas, de la fiesta del lenguaje, porque el aprendizaje o es fiesta o es aburrimiento, argelerías, y así no crecemos, no ganamos en perfeccionar la comunicación oral y escrita, el principal medio de las relaciones, de la solidaridad, de la vida en la comunidad.


SABER PARA CRECER
Pero, te cuento que la principal inspiración de este artículo  que hoy pongo a tu consideración es que percibí en mis alumnos una actitud de incomodidad y de rechazo ante el interrogatorio ya mencionado aquí. Y lo conversé con mi joven e ilustrado Auxiliar, Juan Gómez, ¿por qué los alumnos se incomodan ante las preguntas cuyas respuestas no están en los textos a mano?, ¿qué los lleva a molestarse cuando se sienten inseguros fuera de lo conocido y manejado habitualmente?

Todo ello, concluimos, en una de las perversas y dañinas consecuencias de un sistema que privilegia la memoria, la repetición mecánica de los contenidos y deja de lado la permanente interrogación a los textos, la contínua búsqueda en otras fuentes. Por eso, algo tan vivo y vivencial como es la lengua se convierte en una aburrida repetición de palabras ya conocidas; en la memorización de las de reglas cuyo eco mecánico sirve muy poco; porque, simple y llanamente,  la internalización de los usos correctos es la verdadera clave para hablar y escribir expeditivamente los mensajes. Los usos correctos están en los cuentos, en las novelas, en las canciones, en los poemas, en fin, en las producciones de varones y mujeres dedicados a contar y a escribir. Leerlos, analizarlos, interrogarlos, debatirlos es devolver a la lengua lo es es inherentemente suyo: el puente vital de las relaciones con los demás.

EL TÍOVIVO
Hurgué en la Biblioteca y Archivo Central del Congreso porque quiero contarle a los alumnos que la palabra “Tíovivo” no es uno de los  inventos para dificultar nuestro aprendizaje de la lengua de Cervantes. Nació de un hecho real. Un señor madrileño de hace cuatro o cinco siglos se ganaba la vida con un entretenimiento para los niños con un artefacto que sería el antecesor remoto de la calesita; contaba ya son unos caballitos de madera para las vueltas y donde los niños se paseaban como en los de hoy; dicho sea de paso, por eso, al tal artefacto se dio en llamar “caballitos”. Pues bien o mejor mal, se desató en Madrid una terrible epidemia; murieron cientos, miles; también le tocó la enfermedad al dueño del “caballitos”; un día, pensaron sus parientes y vecinos que le llegó la hora como a tantos otros; lo llevaban a pulso rumbo al cementerio; pero, ¡oh, sorpresa!, no estaba muerto, se despojó de las mortajas y se levantó; los buenos acompañantes se llevaron el gran susto y corrían a todo trapo por todo el valle. El “muerto” se recuperó y pronto volvió a su trabajo: el caballito. Entonces, colorín colorado, la gente se cansó de la larga frase “el caballitos del tío vivo” y la sustituyó por “el tíovivo”.

Así da gusto aprender. Lo dejo a tu cargo.