sábado, 30 de marzo de 2019
viernes, 29 de marzo de 2019
Aprendemos con el tío vivo multicolor
Escrito por: Santiago Caballero
“Tiovivo” es un sinónimo, no
utilizado entre nosotros, de “calesita”, así como “carrusel”. Conocer y usar
los muchos sinónimos es muy útil e indispensable para enriquecer el vocabulario.
En una de las clases de Comunicación Oral y Escrita con los
bichos de Trabajo Social de la Facultad de Ciencias Sociales de la UNA,
apareció en una lectura el vocablo “Tíovivo”; se me ocurrió preguntar a la
clase cuál es el significado del mismo. Nadie respondió; entonces, seguí con
otra: ¿Y, carrusel? Esta sí sabía una alumna. En conclusión, en un santiamén,
recordamos dos sinónimos de la calesita de las alegrías de nuestra infancia, de la de nuestros hijos y,
si Dios quiere, de nuestros nietos. El aprendizaje de nuevas palabras es parte
del mejor conocimiento de las lenguas, de la fiesta del lenguaje, porque el
aprendizaje o es fiesta o es aburrimiento, argelerías, y así no crecemos, no
ganamos en perfeccionar la comunicación oral y escrita, el principal medio de
las relaciones, de la solidaridad, de la vida en la comunidad.
SABER PARA CRECER
Pero, te cuento que la principal inspiración de este
artículo que hoy pongo a tu
consideración es que percibí en mis alumnos una actitud de incomodidad y de
rechazo ante el interrogatorio ya mencionado aquí. Y lo conversé con mi joven e
ilustrado Auxiliar, Juan Gómez, ¿por qué los alumnos se incomodan ante las
preguntas cuyas respuestas no están en los textos a mano?, ¿qué los lleva a molestarse
cuando se sienten inseguros fuera de lo conocido y manejado habitualmente?
Todo ello, concluimos, en una de las perversas y dañinas
consecuencias de un sistema que privilegia la memoria, la repetición mecánica
de los contenidos y deja de lado la permanente interrogación a los textos, la contínua
búsqueda en otras fuentes. Por eso, algo tan vivo y vivencial como es la lengua
se convierte en una aburrida repetición de palabras ya conocidas; en la
memorización de las de reglas cuyo eco mecánico sirve muy poco; porque, simple
y llanamente, la internalización de los
usos correctos es la verdadera clave para hablar y escribir expeditivamente los
mensajes. Los usos correctos están en los cuentos, en las novelas, en las
canciones, en los poemas, en fin, en las producciones de varones y mujeres dedicados
a contar y a escribir. Leerlos, analizarlos, interrogarlos, debatirlos es
devolver a la lengua lo es es inherentemente suyo: el puente vital de las
relaciones con los demás.
EL TÍOVIVO
Hurgué en la Biblioteca y Archivo Central del Congreso porque
quiero contarle a los alumnos que la palabra “Tíovivo” no es uno de los inventos para dificultar nuestro aprendizaje
de la lengua de Cervantes. Nació de un hecho real. Un señor madrileño de hace
cuatro o cinco siglos se ganaba la vida con un entretenimiento para los niños
con un artefacto que sería el antecesor remoto de la calesita; contaba ya son
unos caballitos de madera para las vueltas y donde los niños se paseaban como
en los de hoy; dicho sea de paso, por eso, al tal artefacto se dio en llamar
“caballitos”. Pues bien o mejor mal, se desató en Madrid una terrible epidemia;
murieron cientos, miles; también le tocó la enfermedad al dueño del
“caballitos”; un día, pensaron sus parientes y vecinos que le llegó la hora
como a tantos otros; lo llevaban a pulso rumbo al cementerio; pero, ¡oh,
sorpresa!, no estaba muerto, se despojó de las mortajas y se levantó; los
buenos acompañantes se llevaron el gran susto y corrían a todo trapo por todo
el valle. El “muerto” se recuperó y pronto volvió a su trabajo: el caballito.
Entonces, colorín colorado, la gente se cansó de la larga frase “el caballitos
del tío vivo” y la sustituyó por “el tíovivo”.
Así da gusto aprender. Lo dejo a tu cargo.
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