jueves, 3 de febrero de 2022

FESTEJEMOS EL ADVENIMIENTO DE LA DEMOCRACIA

    

“La noche de La Candelaria y en la madrugada de San Blas” se dio el fin de la oprobiosa dictadura de más de treinta años. Así lo resume el maestro Adrian Irala Burgos. Fueron una noche y una madrugada jamás presentida por la mayoría de nosotros. Tampoco lo podíamos creer “demasiado”, como decimos, aun cuando radio Primero de Marzo comenzó a difundir la consigna del General Andrés Rodríguez, el jefe de la insurrección, consuegro de Stroessner.

Algún día te voy a contar cómo viví y sobre todo dónde aquella noche y aquella madrugada. Pero, insisto, a pesar de los rumores esparcidos antes del 2 y 3 de febrero de aquel año, muchos, creo que la inmensa mayoría, no lo podríamos creer, no podíamos aceptar que el tan anhelado fin de la dictadura se diera así, de la noche a la mañana. Supimos que murieron varios soldaditos, adolescentes y jóvenes del Servicio Militar Obligatorio. Así nos lo cuenta un testigo altamente creíble, incorruptible, como lo es el querido e inolvidable Mons. Ismael Rolón, el último gran Arzobispo de Asunción.

Las calles Asunción de aquel día de La Candelaria se llenaron de gente, autoconvocada diremos hoy, con pancartas, con vítores, todos llenos de entusiasmo y algarabía. Festejamos el fin del silencio obligatorio, de los decretos de Estado de Sitio, de hegemonía de color punzó. Llenos de energía saludamos a la democracia exiliada por décadas.

Y, efectivamente corrían nuevos aires. Los medios de comunicación daban cabida a las voces antes candadeadas, eran llamados los profesionales de distintas banderas partidarias a cargos o lugares donde antes ni sus nombres podían ser mencionados.  Se llamó a elecciones presidenciales libres e independientes, como siempre debieron ser.

Fueron días, meses y unos años llenos de esperanzas, de euforias, de nuevos aires. En lo personal debo contarte que pasé a ocupar una cátedra en el entonces Instituto de Trabajo Social de la UNA mediante una llamada a concurso de cátedras. La primera ministra de Salud Pública y Bienestar Social, la Dra. Cinthia Prieto Conti, me llamó a ocupar el hasta entonces cargo inexistente en la cartera, el de responsable de la comunicación en los programas de la salud.

Pero el clima de apertura desde los organismos oficiales y de entusiasmo de los que no somos del oficialismo no duró mucho. Volvió la hegemonía del oficialismo como una “opción natural” de los detentores del poder y para quienes si no es así, “para qué estamos en el poder”. Un ejemplo, a la brillante ministra Prieto le sucedió un galeno que hablaba un “idioma muy parecido al castellano”, como diría un amigo contrera ñañá.  En apretada síntesis, desde entonces hasta hoy, la práctica concreta de la democracia se resume en cumplir los tiempos electorales, votar (no elegir, que es otro tema), aprovecharse de todos los cargos posibles donde los parientes, amigos y demás no deudos puedan gozarlos.

La pandemia que lleva ya dos largos años desnudó la fragilidad del sistema en uno de los lugares más sensibles como es la salud pública. Descarada y escandalosamente muchos grupos de poder, algunos familiares, se aprovecharon de la situación para obtener pingues ganancias a costa de la vida de miles de compatriotas. Por si fuera poco, los grupos capomafiosos  van ganando terreno en todo el territorio nacional como en los alevosos asesinatos en pleno festival en San Bernardino, sitio obligado para las diversiones en el verano.

A estas alturas, más de 30 años de nuestra democracia seguimos con más tristes experiencias que con logros. Tal vez deberemos empezar por reconocer las grandes dificultades para su instalación y para obtener sus frutos. En esta línea tenemos que aprender de otras democracias como las del gran país del norte y del otro gigante vecino: en ambos se instalaron, con los beneficios de la democracia, dos señores que lo que menos muestran es su interés por la igualdad de posibilidades para todos, la superación del racismo, del patriarcado, de la discriminación y etc. Aquí también como en todos los mundos vimos cuando una horda de fanáticos invadió el Capitolio, institución señera de la democracia.

En fin, estas menciones me animan a terminar la reflexión con otro aporte de mi inolvidable maestro Adriano Irala Burgos: “Recordemos que siempre hay tilingos de izquierda y tilingos de derecha”. Pero no me pierdo la ocasión de agregar algo de mi propia cosecha: Hay corruptos de izquierda y corruptos de derecha.

Feliz aniversario del fin de la dictadura.

Santiago Caballero – 02.02.22