Escuché
alguna vez, no recuerdo dónde ni cuándo, que no hay nada más elocuente que la
muerte. Tal característica, sin embargo, depende de la cercanía de su paso.
Cuando se trata de un miembro de la propia familia o amigo adquiere su máxima
expresión. Pero pierde el impacto cuando
el fallecido es pariente de parientes,
amigo de amigos, conocido, conocido de conocidos y etc. En síntesis, la
elocuencia superlativa de la muerte no se refiere a la realidad incuestionable,
que nos espera a todos los seres vivos sino a la que se lleva para siempre a un
ser querido, cercano, parte de nuestra historia.
En los
años y medio de la pandemia, la realidad de la muerte y de las muertes se nos
volvió cercana, cotidiana, de todos los días. Al principio sólo por las
noticias difundidas a través de los medios masivos y las redes sociales del
frío número de los decesos. Después, poco a poco, cuando los fallecidos eran
compañeros de trabajo, parientes, amigos, vecinos, la elocuencia de la muerte
comenzó a acompañarnos de muy diversas maneras, como diversas son las formas en
que se dieron los padecimientos, las necesidades y ni qué hablar de los
apremios financieros sufridos por cientos, por miles de familias.
El gran
impacto de las muertes, cercanas o lejanas a cada uno, sin embargo no siempre
es vivido en lo que podemos llamar la lección más positiva: el apreciar la vida
para que superemos todo lo que va en contra de la misma e incentivemos la
nutrición saludable, los ejercicios físicos y mentales, las relaciones
armónicas. Pero todo ello, convenzámonos, no se dará de la noche a la mañana ni
siquiera por una adhesión momentánea llena de entusiasmo.
Si
realmente nos interesa revertir el pésimo sistema sanitario del país, el
deficiente rubro destinado a la salud en el presupuesto general de gastos, la
falta de personal formado y bien remunerado, debemos exigir los cambios
consecuentes en las políticas públicas. Lo que vimos, desde el principio de la
pandemia son por demás elocuentes y van desde la corrupción desvergonzada hasta
el cinismo de pretender ocultar, maquillar, lo que miles de compatriotas
sufrían en los centros de salud. Males
no necesariamente exclusivos nuestros sino de muchas naciones, incluyendo las
del llamado Primer Mundo. En síntesis, siempre la salud pública va a la zaga
del deporte espectáculo, de los sueldos de los gobernadores, de los gastos
superfluos etc.
Si todo
lo anterior implica varios planes a largo plazo, no significa que sea imposible
propender a los cambios. Es hora de exigir a los políticos que sus planes se
centralicen en la solución de los graves problemas de la salud en todos sus
aspectos.
Asimismo,
tanto a nivel personal como familiar y comunitario, debemos imponernos valorar
las verduras y las frutas en las comidas diarias, consumir menos azúcares,
gaseosas, beber agua. Asumir, como parte
imprescindible de la rutina diaria, por lo menos de 20 a 30 minutos las
caminatas, los ejercicios físicos.
Las
grandes lecciones de la muerte y de las muertes están allí, sin aulas
presenciales y no presenciales. Es desolador que no las tomemos en cuenta, que
apliquemos el tradicional ñemo lomo. Tengo la esperanza de que no todo está
perdido en nuestro país. Cientos de médicos, enfermeras, auxiliares, arriesgan
sus vidas por nosotros. Cientos de miembros de varias comunidades siguen con
las ollas populares para los más carenciados. Mis hijas me cuentan que cuando,
por las redes sociales, solicitaban los remedios necesarios contra el Cóvid
para mi esposa y para mí, muchos amigos y otros desconocidos los ofrecían
incluso gratuitamente. Desde la solidaridad, desde la projimidad, podemos
incentivar una sociedad justa, equitativa, inclusiva, cordial, entre nosotros y
desde nosotros con la naturaleza, con los animales.
Santiago
Caballero. 19.06.21