Escrito por: Lic. Santiago Caballero
Como todos los años, esta semana la Biblioteca y Archivo
Central del Congreso se acicala, convoca a eventos especiales, los auspicia,
llama no solo a celebrar este día del calendario sino sobre todo a valorar,
cuidar y usar los libros como permanentes recursos para aprender, progresar o crecer en todos los aspectos de la vida.
El Día del Libro es por eso un
importante recordatorio de la necesidad de leer los textos, de tenerlos a mano, compartir con los amigos e interesarnos por las
novedades de los temas predilectos. En nuestra sociedad, ésta es una
asignatura pendiente tanto a nivel de las instituciones educacionales como en
todas las instancias cívicas.
Leer no es nuestro fuerte, se puede afirmar sin
temor a equivocarnos. Tan sólo miremos que en muchas familias no faltan los
televisores pero no hay estantes de libros, salvo los de lectura obligatoria de
la primaria y la secundaria; también es obvio que si los niños no ven que sus
papás leen, ellos difícilmente tomarán esa costumbre.
Es muy saludable por eso que el Congreso lograra este espacio
que además es el archivo central de la producción legislativa de antes y la actualidad. Asimismo que existan bibliotecas municipales, universitarias, públicas,
privadas al servicio de la comunidad y entre estas, una
muy original: las bibliotecas callejeras, creación de Aníbal Barreto Monzón y
que gracias a sus gestiones ya son más de cien instaladas en las plazas, en los
espacios públicos de todo el país. Y, lo mejor, la gente de las cercanías no
solo las utiliza sino que las cuida, las resguarda, las pone al día con nuevos
textos, donados todos ellos.
En el Día del Libro, Día de todos los libros, agradezcamos
este producto cultural valioso, imprescindible, necesario, siempre útil. Desde
la Biblioteca y Archivo Central del Congreso aportamos los esfuerzos y las
esperanzas para que los libros nos ayuden a crecer y a empujar el desarrollo de
nuestro pueblo desde la ciencia, el arte, la dignidad, el respeto, la justicia.
Comentario del autor:
Leí hace poco el testimonio de un amigo: aprendió a leer en su lejana infancia antes de ir a la escuela, gracias a un libro que pusieron en sus manos. Me emocioné. Con humildad te cuento que me sucedió lo mismo. En los hogares de mi pueblo natal, Ybycuí, el libro no era un objeto común. Sucedió que mis primos Pascual, Taní y Carmen se exiliaron en Buenos Aires por las persecuciones partidarias y en uno de los envíos de regalos vino para mí el libro de primeras lecturas UPA de Constancio C. Vigil. Fue mi primer, y por mucho tiempo único libro, mediante el que aprendí a leer, también antes de ir a la escuela. Más adelante me llegaron las revistas BILLIQUEN, creo que también dirigidas por el mencionado autor y mediante las que avancé en las lecturas.