Escrito por: Santiago Caballero
Con sorpresa
y mucha satisfacción recibí esta noticia: Bélgica y Suiza declararon “bien
esencial” a la lectura. En lo que llaman en el Viejo Continente “la segunda
oleada” del Coronavirus, los gobiernos han vuelto a recrudecer las
restricciones de la primera hora. Así, deben permanecer cerrados todos los
negocios excepto los de expendio de víveres y farmacias. A ambos rubros, muy curiosamente,
se ha sumado, en los dos países señalados, las librerías.>En primer
lugar, convendrás conmigo que no es casual que la noticia señalada tenga tan
poca difusión en los medios masivos e incluso en las redes sociales. Sucede lo
mismo cuando el hecho de la información no forma parte de los que habitual y
ritualmente logran los grandes titulares, los grandes espacios. Es que leer, la
lectura, si bien tiene un soporte de la industria cultural, el libro, así en
conjunto, supuestamente, solo interesa al grupo aficionado, a los que ya
adquirieron la costumbre. En síntesis, importa poco aumentar la cantidad de los
lectores, incentivar la práctica como un bien esencial, como lo destacan los
gobernantes de Suiza y de Bélgica.
Los
analistas de los fenómenos sociales desde la primera hora de la pandemia nos
señalaron los grandes, medianos y pequeños problemas a los que se expone la humanidad.
Así, los efectos en la salud, en la economía, en las costumbres, en las
relaciones desde las hogareñas hasta las de los macro sistemas, fueron varios y
no pocas veces muy dolorosos. La muerte a la vuelta de la esquina, los caos en
los servicios de la salud, la corrupción de los que, por todos medios, intentan
sacar pingues ganancias personales en los rubros de urgencia, nos crean un clima
de inseguridad, de miedo, de angustia que en muchos casos llega al pavor, a la
desesperación.
Todo ello,
pintado aquí de forma muy precaria, nos lleva a una conclusión muy clara: urgen
nuevas formas de encarar la vida, el trabajo, las relaciones, las diversiones,
los gobiernos de las naciones, de las ciudades, de los pueblos….Y, en este
último espacio, sin duda, urgen prioritariamente las políticas públicas tendientes
a satisfacer las necesidades de la salud, de la educación, de la alimentación,
de la vivienda, de la distracción para la gente de todas las edades.
Los
gobiernos de Suiza y de Bélgica consideran que para esta nueva forma de encarar
la vida y la convivencia, son de primera necesidad el libro y la costumbre de
leer. Para fomentarlos, las librerías, los puestos de venta de los textos estarán
abiertos como siempre y habrá personal que los atienda, que oriente a los
visitantes. Me dirás que la importancia y la pertinencia de tales decisiones se
basan en la ya ganada costumbre de leer, de considerar al libro como
imprescindible para la vida. Es cierto. Se supone que en los sistemas formales
de educación, desde la educación inicial a la universitaria hubo y hay una
línea transversal que permea todas las materias: la lectura, la lectura
permanente, actualizada, con seguimiento, con orientación. A la par, las
bibliotecas en cada centro educativo y una política estatal que regale a los
docentes los libros actualizados para su labor en cada materia.
Mi amigo
Aníbal Barreto Monzón creó las “Bibliotecas callejeras”. Son pequeños espacios
en una esquina, en una plaza, en un sitio de espera. Ya funcionan, en todo el
país, más de cien. Las cuida gente de la misma comunidad. Los usuarios no pagan
nada por el servicio y el compromiso, único y sagrado, es devolver el libro
elegido.
También se
los invita a enriquecer la biblioteca con donaciones de los textos. La
constatación de que funcionan tan campantes es la mejor prueba que es posible
contribuir a fomentar la lectura en la gente. Y, que es posible que aumente
aquí en Paraguay el número de personas para quienes la lectura es un bien
necesario, esencial.