Escrito por: Santiago Caballero
Poco antes de la llegada
del Coronavirus a nuestro país, en el Senado nos encontrábamos abocados a la
corrección y aportes a un Código de Ética para los funcionarios. Esta
desafiante y alentadora tarea, como muchas otras, se detuvo y espera los
tiempos de la pos pandemia. Sin embargo, aún con tantas limitaciones a nuestras
labores de funcionarios e incluso a nuestras relaciones sociales, el tiempo se
vuelve propicio para reflexionar,
analizar y sobre todo para sacar conclusiones, sobre las necedades imperativas
de la ética.
Efectivamente, en estos días la ciudadanía estupefacta se entera, por ejemplo, cómo algunos se aprovechan para obtener pingues ganancias para sus propios bolsillos en amañadas licitaciones. O que algunas autoridades, precisamente invocando su condición, trasgreden las normas tendientes a evitar los contagios. En síntesis, la pandemia, ha dado lugar a una mayor visibilidad de vicios largamente vigentes, conocidos, denunciados, pero nunca castigados por la ley y menos erradicados.
Al lado de todo ello, las cientos de ollas populares, a lo largo y a lo ancho del país, mostraron saludablemente que la solidaridad está vigente. Las mismas, promovidas por asociaciones de vecinos o sencillamente autoconvocados, paliaron las necesidades alimentarias en muchas comunidades, las llamadas “vulnerables”, mejor serían “vulneradas” pues son consecuencia, la mayoría, de la falta de políticas del Estado. Constatamos, día a día, que la “projimidad” está vigente, una respuesta muchas veces nacida y promovida por gente también de escasos recursos.
¿Cómo es posible que
convivan en nuestra sociedad comportamientos tan dispares? Los unos, sacan
provecho de la pandemia y exponen aún más a la muerte a sus propios
connacionales. Los otros, apuestan a compartir de lo suyo con los más
necesitados y convocan a todos cuantos puedan sumarse.
Convengamos que ambos tipos
de comportamientos se han aprendido en la misma sociedad. Aunque cueste
aceptarlo, sin duda alguna, las raíces de los mismos se encuentran en los
valores y en los antivalores comunes entre nosotros. A modo de ejemplos,
recordemos que para muchos “el que no roba cuando puede es un vyro”, sobre todo
cuando se trata de los recursos del estado. O, cuando decimos “la caridad
empieza por casa”; esta es una consigna totalmente parcializada pues
efectivamente la caridad, la solidaridad, la ayuda mutua, deben iniciar su
aprendizaje y práctica en los hogares, pero no debe terminar allí sino
prologarse en toda la sociedad.
Un código de ética para un
grupo corporativo como el que pretendemos no puede desconocer que nuestros
comportamientos son consecuencias de valores y contra o falsos valores vigentes
en nuestra sociedad. Por eso, la tarea prioritaria será identificar cuáles serán los mayores
desafíos éticos para promover los comportamientos justos, equilibrados,
incluyentes. Y, en contrapartida, los contravalores que el código de ética nos identificará para
procurar erradicarlos en un corto plazo. De todo ello inferimos que el código
de ética no es un cartel para lucirlo en un escaparate sino una referencia
permanente para construir todos juntos un funcionariado comprometido contra la
corrupción, en todas sus formas, y fortalecido para fomentar el buen uso de los
bienes públicos, el derecho de vivir seguros, felices, solidarios.
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