Pasan por los noticiarios de la televisión muy diversas imágenes de las muestras de las transgresiones a las normas de distanciamiento social, de la prohibición de las aglomeraciones. Las mismas corresponden a reuniones deportivas, festejos de cumpleaños, de aniversarios, incluso de celebraciones religiosas. Una de ellas, tomó el nombre del bailecito acostumbrado para demostrar la algarabía donde todos los presentes deben bailar en fila, tomados de las cinturas o de los hombros. Corresponde a una fiesta organizada por una señora dedicada a la política, que ocupara importantes cargos; los danzarines no portaban los tapabocas y mucho menos guardaban el distanciamiento social.
En los círculos familiares, luego de ver estas imágenes, los comentarios son recurrentes: “La gente no respeta luego las normas”, “La gente no colabora para evitar los contagios”, “¿Cómo es posible que haya tanta inconsciencia cuando los estragos de la peste son cada día peores, hay más contagiados, más fallecidos?”, y etc. Estos mismos comentarios, o plagueos, los escuchamos en la calle, en los negocios, en fin, en muchas partes.
Pero será muy saludable que debatamos más sobre las costumbres que en nada ayudan a contener los contagios. ¿Es absolutamente necesario, perentorio, impostergable, que justo ahora te vayas de vacaciones al Brasil, a una de sus hermosas playas? ¿No te dice nada que el vecino país es uno de los que encabezan la lista de los más atacados por la peste, de los de mayor mortandad? ¿Olvidaste que no solo te exponés vos sino, que a tu vuelta, podés contagiar a los tuyos, a otros? Y, digamos lo mismo en cuanto a las fiestas, a los encuentros deportivos, a las grandes reuniones.
Cuando, sin embargo, no se dan y con mucha frecuencia, el mínimo acatamiento a las normas, lo que sucede es que manifestamos así nuestra desidia, nuestra irresponsabilidad, pues priorizamos nuestros gustos, nuestras supuestas necesidades. La pandemia no hace sino evidenciar aún más que no nos importan las normas de la convivencia, el respeto a los derechos de los otros. ¿No arrojamos, acaso, la basura a los raudales cuando llueve? ¿No es una costumbre extendida y repetida que haya vecinos que ponen su música preferida o la transmisión de un partido de fútbol donde juega el club de sus amores, a todo volumen, sin respetar al de al lado que descansa, que lee, que escucha su música o su noticiario? ¿No venden algunos su cédula para que el candidato político lo utilice a su gusto? En estos casos, ¿dónde está la conciencia cívica responsable ante el delito pues atenta a la libre elección, a la obligación de votar por quien o quienes son dignos de ocupar los cargos públicos? ¿No recurrimos a los “amigos” para conseguir los favores desde ocupar un puesto en la función pública hasta ser exonerados de alguna multa?
En definitiva, muchas de nuestras prácticas sociales están lejos de ser responsables, de adecuarse a las normas del derecho, de los derechos de los otros. No nos asombremos, entonces, que muchos políticos se aprovechen de la pandemia para aumentar sus peculios. No nos santiguemos porque una política festeja un acontecimiento personal o de su séquito o de su parentela a la luz del sol, mofándose de las normas sanitarias. Todos construimos y consolidamos prácticas sociales y políticas muy lejos de la responsabilidad, de la equidad, olvidamos que la ley es para todos, para beneficio de todos.
Será muy bueno, plausible, imitable, que muy pronto bailemos todos “el trencito del COVID” cuando ya estemos sin la peste, cuando por fin lo venzamos. Mientras, ayudémonos todos a cumplir las normas preventivas. Animémonos a exigir a las autoridades a cumplir su mandato de propiciar el bien de todos, sin discriminaciones. Que de una buena vez sean capaces de protagonizar el fin de la corrupción y velen de forma prioritaria por la salud de todos.
Santiago
Caballero. 29.03.21
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