“La noche de La Candelaria y en
la madrugada de San Blas” se dio el fin de la oprobiosa dictadura de más de
treinta años. Así lo resume el maestro Adrian Irala Burgos. Fueron una noche y
una madrugada jamás presentida por la mayoría de nosotros. Tampoco lo podíamos
creer “demasiado”, como decimos, aun cuando radio Primero de Marzo comenzó a
difundir la consigna del General Andrés Rodríguez, el jefe de la insurrección,
consuegro de Stroessner.
Algún día te voy a contar cómo
viví y sobre todo dónde aquella noche y aquella madrugada. Pero, insisto, a
pesar de los rumores esparcidos antes del 2 y 3 de febrero de aquel año,
muchos, creo que la inmensa mayoría, no lo podríamos creer, no podíamos aceptar
que el tan anhelado fin de la dictadura se diera así, de la noche a la mañana.
Supimos que murieron varios soldaditos, adolescentes y jóvenes del Servicio
Militar Obligatorio. Así nos lo cuenta un testigo altamente creíble, incorruptible,
como lo es el querido e inolvidable Mons. Ismael Rolón, el último gran
Arzobispo de Asunción.
Las calles Asunción de aquel día
de La Candelaria se llenaron de gente, autoconvocada diremos hoy, con
pancartas, con vítores, todos llenos de entusiasmo y algarabía. Festejamos el
fin del silencio obligatorio, de los decretos de Estado de Sitio, de hegemonía
de color punzó. Llenos de energía saludamos a la democracia exiliada por
décadas.
Y, efectivamente corrían nuevos
aires. Los medios de comunicación daban cabida a las voces antes candadeadas,
eran llamados los profesionales de distintas banderas partidarias a cargos o
lugares donde antes ni sus nombres podían ser mencionados. Se llamó a elecciones presidenciales libres e
independientes, como siempre debieron ser.
Fueron días, meses y unos años
llenos de esperanzas, de euforias, de nuevos aires. En lo personal debo
contarte que pasé a ocupar una cátedra en el entonces Instituto de Trabajo
Social de la UNA mediante una llamada a concurso de cátedras. La primera
ministra de Salud Pública y Bienestar Social, la Dra. Cinthia Prieto Conti, me
llamó a ocupar el hasta entonces cargo inexistente en la cartera, el de
responsable de la comunicación en los programas de la salud.
Pero el clima de apertura desde
los organismos oficiales y de entusiasmo de los que no somos del oficialismo no
duró mucho. Volvió la hegemonía del oficialismo como una “opción natural” de
los detentores del poder y para quienes si no es así, “para qué estamos en el
poder”. Un ejemplo, a la brillante ministra Prieto le sucedió un galeno que
hablaba un “idioma muy parecido al castellano”, como diría un amigo contrera
ñañá. En apretada síntesis, desde
entonces hasta hoy, la práctica concreta de la democracia se resume en cumplir
los tiempos electorales, votar (no elegir, que es otro tema), aprovecharse de
todos los cargos posibles donde los parientes, amigos y demás no deudos puedan
gozarlos.
La pandemia que lleva ya dos
largos años desnudó la fragilidad del sistema en uno de los lugares más
sensibles como es la salud pública. Descarada y escandalosamente muchos grupos
de poder, algunos familiares, se aprovecharon de la situación para obtener
pingues ganancias a costa de la vida de miles de compatriotas. Por si fuera
poco, los grupos capomafiosos van
ganando terreno en todo el territorio nacional como en los alevosos asesinatos
en pleno festival en San Bernardino, sitio obligado para las diversiones en el
verano.
A estas alturas, más de 30 años
de nuestra democracia seguimos con más tristes experiencias que con logros. Tal
vez deberemos empezar por reconocer las grandes dificultades para su
instalación y para obtener sus frutos. En esta línea tenemos que aprender de
otras democracias como las del gran país del norte y del otro gigante vecino:
en ambos se instalaron, con los beneficios de la democracia, dos señores que lo
que menos muestran es su interés por la igualdad de posibilidades para todos,
la superación del racismo, del patriarcado, de la discriminación y etc. Aquí
también como en todos los mundos vimos cuando una horda de fanáticos invadió el
Capitolio, institución señera de la democracia.
En fin, estas menciones me animan
a terminar la reflexión con otro aporte de mi inolvidable maestro Adriano Irala
Burgos: “Recordemos que siempre hay tilingos de izquierda y tilingos de
derecha”. Pero no me pierdo la ocasión de agregar algo de mi propia cosecha:
Hay corruptos de izquierda y corruptos de derecha.
Feliz aniversario del fin de la
dictadura.
Santiago Caballero – 02.02.22
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