Escrito por: Santiago Caballero
Que no pase este día sin un recuerdo en la Biblioteca y
Archivo Central del Congreso de una gran mujer: Teresa de Ávila. Hoy, 15.10, es
su día. Los exalumnos de los colegios teresianos, casi todos, al recordarla
recitan
Nada te turbe,
nada te espante,
todo se pasa.
Dios no se muda.
La paciencia
todo lo alcanza.
Quién a Dios tiene
nada le falta.
Sólo Dios basta.
La pequeña oración
es un apretado resumen de una postura filosófica y teológica en la inspiración
de una mujer. Por lo tanto, es necesario aclararlo, una mujer a quien en su
tiempo estaba vedada la lectura y la producción escrita. En medio de las
persecuciones de la Santa Inquisición,
Teresa leía empedernidamente los libros que estaban a su alcance, incluyendo
los de caballerías, la novelística de
la época no aconsejable en la casi generalidad, lo que hacía redoblar la
vigilancia hacia ella de parte de los inquisidores, siempre a su asecho por su
origen judío.
Dijo Teresa una vez a su confesor carmelita: “Sabed, padre, que en mi juventud me decían
tres clases de cumplidos; decían que era inteligente, que era una santa y que
era hermosa. En cuanto a la hermosura, a la vista está, en cuanto a discreta,
nunca me tuve por boba, en cuanto a santa, sólo Dios sabe”.
Este breve
autorretrato confirma una personalidad muy definida. Su santidad se sustenta en
una mujer con una autoestima muy elevada, consciente de sus posibilidades y
valías. Hoy es considerada por los estudiosos como una pionera del feminismo en
cuanto supo vencer los obstáculos impuestos por una cultura patriarcal y por una Iglesia también fuertemente arraigada en
la primacía del varón. Cuando un teólogo quiso obstaculizar sus reformas
monacales basadas en los cimientos de una teología indiscutible, Teresa le
espetó esta frase con picardía que lo
dejó sin argumentos: Dios se encuentra
entre los pucheros o sea, la cocina, el lugar por antonomasia de la mujer
es también morada de Dios.
Para la historia
presente de nuestro país, para la Iglesia, es hora de tomar en cuenta a Teresa
de Ávila, la monja peregrina, la lectora empedernida.
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