Escrito por: Lic. Santiago Caballero
En plena pandemia del Covid, desde el año pasado, los organismos mundiales de la Salud indicaron, incansablemente, que la única manera de prevenir el mortífero virus era la vacuna. Paralelamente, sin mediar tiempo ni formas, se desencadenó una agresiva campaña en contra de las vacunas. Los argumentos esgrimidos iban desde los políticos-ideológicos, a los de la anticiencia y hasta a los maltrechos argumentos de una teología profundamente dudosa y fundamentalista. Así, dijeron, que ya el virus fue programado desde países poderosos con las pretensiones de diezmar la población mundial e instalar los poderes hegemónicos, por supuesto, para aumentar sus caudales. La anticiencia se basa en el argumento expuesto anteriormente aquí y que también las organizaciones mundiales de la salud y la industria farmacéutica son, supuestamente, sus aliados; al mismo tiempo, echan un manto de silencio a todo lo logrado como la erradicación de la poliomelítis, entre otras plagas vencidas para siempre jamás gracias a la ciencia. Finalmente, el argumento ñembo teológico se remite al poder omnipotente cuyo solo reconocimiento ahuyenta todo los males conocidos y por-venir. Con todo respeto, como creyente, lo dejo ahí con la promesa de explayarme en otra ocasión, (en contra, por supuesto).
En estos días
de un octubre muy particular, con mañanitas frías y tardes calurosas, anuncian
desde Salud Pública que estamos en peligro de “una tercera ola” de la peste. Y,
nos cuentan, que la totalidad de los infectados en los últimos días nunca
recibió una vacuna. Este dato echa por tierra todas los erráticos argumentos
contra los inmunizadores. La síntesis es
por demás certera: si no te vacunás te exponés, inevitablemente, a contraer el
virus; lo demás, ya conocés: es tu decisión, pero irresponsable pues te exponés
vos, exponés a tus seres queridos, a tus amigos, a tus compañeros de trabajo.
El resto ya también lo conocés: la mayor
o menor gravedad de la enfermedad que sufrirás dependerá de tu situación
sanitaria personal, o sea, los problemas de la presión, la obesidad, los
relacionados a los bronquios, a los pulmones.
Ya te comenté
alguna vez que tengo muy buenas e inolvidables experiencias en mi paso
laboral por la salud pública; la
ministra, la primera mujer, Cinthia Prieto Conti, me invitó a formar parte del
equipo, pasé a ser el primer comunicador paraguayo integrado a los programas de
la salud pública. Fue una experiencia maravillosa. A propósito de las vacunas
recordé un acto realizado con motivo de la conmemoración de la erradicación en
el país de la poliomelitis. Participó una joven considerada como una de las
últimas víctimas del terrible mal. Su testimonio conmovió a todos pues expuso
las desdichadas circunstancias que impidieron su vacunación a tiempo; pero,
asimismo, nos manifestó sus luchas diarias para vencer a las secuelas, su
optimismo al estar viva, su apoyo a los programas de vacunación. Todos
coincidimos entonces que el final, para ella, debió ser más feliz y que nadie
ni nada debe impedir que gocemos, que gocen todos los ciudadanos con un bien ganado
por y para la salud de todos.
Me dijo una
muy querida amiga, contraria a la vacunación contra el Covit: vos sabés qué es lo que te están inoculando?
Es la síntesis de su postura: que ignoramos lo que nos innoculan perversamente.
Pero, ahora, con más tranquilidad, me pregunto: ¿cuando busco un calmante, por
algún dolor corporal, antes de solicitarlo, antes de consumirlo, sé qué
contiene el fármaco? Lo mismo me pasa con el antigripal, con el gel para la
piel. Los uso porque un médico me los indicó y ya, efectivamente, desconozco
sus componentes.
Entonces, el
gran argumento es que se ha comprobado en el mundo entero que la vacuna
anticovit funciona, que es el mejor de los preventivos. Lo que ocurre en estos
días en nuestro país es una prueba irrefutable: los no vacunados son los más
expuestos, se arriesgan a morir más
fácilmente que los ya vacunados.
Dice un viejo
refrán latino: Al inteligente, pocos argumentos. A los que que no quieran
entender, nada.
Que disfrutes
de la vida. Tenés el derecho a ser feliz y uno de los requisitos fundamentales
es gozar de una buena salud. Te lo deseo de todo corazón.
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