Escrito por: Santiago Caballero
¡Cómo me duele ese cocido con
galleta! Tanto, que no puedo recrearlo sin que mis lágrimas ochororó. Se me
hace un nudo en la garganta ante este caso: unas niñas, de muy cortas edades,
la mayor alcanza los seis años, eran violadas ya casi por dos años, por un vecino y su hijo, con la complicidad de
la mamá de las menores y de la esposa del abusador. Así lo narran los medios de
difusión. Se convirtió en la noticia del día de la prensa radial, televisiva,
escrita e incluso, de las redes
sociales. Un dolor más: ¿cuántos días durará esa visibilización? ¿Nos ayudarán los
medios a llegar a las causas de estos hechos y de otros similares? ¿Cuáles
serán las soluciones para estas pobres criaturas violentadas y para toda la
niñez paraguaya “en situación de riesgo”? Y, no solo a las soluciones que
correspondan al gobierno central, al departamental, al municipal, a las
iglesias, a las organizaciones ciudadanas porque nadie debiera esquivar su
responsabilidad, para encarar en serio esta terrible situación.
Esta gran duda, y también
dolorosa, es aún más terrible cuando recuerdo que fue el flamante Cardenal
Martínez quien denunció desde el púlpito que son unos siete mil niños
paraguayos que desaparecieron en dos años y de los que nadie dio cuenta hasta
ahora. Otro recuerdo: que hubo más de un caso en las que algunas gobernaciones
y municipalidades se quedaron fraudulentamente con los rubros de las meriendas
escolares sin que jamás se consiguiera ni aclarar los delitos ni menos devolver
el dinero robado. Un dato nos aporta la periodista Emilce Aponte: “El reciente
intendente de Carapeguá, Luciano Cañete (FR oficialista) es uno de los
intendentes más insensibles del departamento de Paraguarí. Por dos años
consecutivos deja sin almuerzo escolar a un total de 467 niños” (ABC 16.10.22).
La sola enumeración de los hechos
similares puede llenar muchas páginas. Pero no nos desviemos: la niñez
paraguaya está abandonada, y, por ende, están abandonados los hogares
campesinos expulsados de sus tierras o que carecen de ellas, las parcialidades
indígenas, los hogares de niños cuyos padres se
dedican a tareas ocasionales, las madres solteras, las familias
instaladas en las riberas de los ríos, todas ellas carentes de los servicios
educacionales y sanitarios.
Reconozcámoslo, aunque sea muy
terrible: la niñez paraguaya está abandonada. Tal es así que una taza de cocido
y una galleta cuartel son un lujo para muchos niños hambreados aunque el precio
sea todavía desconocido porque sus cortas edades nos lleva a presumir que no tienen conciencia de la
pérdida de la llamada “inocencia”; y cuando además, de yapa, se les dará cinco
mil guaraníes para caramelos o yeyés.
Pero, ¿dónde están los padres de
estas tiernas víctimas? Ya te conté al principio que la mamá era cómplice de
los abusos, como lo es la esposa de los victimarios. ¿Qué más te puedo decir?
Pero, no te quedes en maldecirlas o juzgarlas con la vara de la justicia que no
evalúa tu comportamiento, el mío y el de todos, de los que hoy desayunamos con
cocido con leche, pan, manteca y mermelada. Por favor. No puedo dejar de
compartir estos números: “En el 2018 se registraron (en Paraguay)17.386 partos
de niñas y adolescentes; 3.129 de estas niñas y adolescentes ya tienen uno o
más hijos, y cada 24 horas se registran de 8 a 10 casos de abuso sexual” (ABC,
16.10.22)
Todos los días de mi vida me
resuena a los oídos esta pregunta: ¿dónde está tu hermano? Hoy, te la comparto,
con tu permiso. Pero, con todo mi ser, espero que nunca, jamás, araka’eve,
never, cierre mis oídos y que la injusticia me vuelva un indiferente más. Por
favor.
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