Escrito por: Santiago Caballero
El 19 de setiembre se cumplió un siglo del nacimiento de Paulo Freire, filósofo y educador. El brasileño es uno de los autores más citados y de mayor prestigio en los temas de la educación del presente y el pasado siglo. Conocí a Paulo Freire cuando vino al Paraguay, probablemente en los 80, en una corta pero muy provechosa estadía para todos los interesados en los cambios urgentes de la educación, de su incidencia en la vida, personal y social, en fin, de la búsqueda de la educación para el cambio, para el desarrollo inclusivo, gestora de la responsabilidad ética y social.
Pero conocí y me apasionaron sus libros desde 1969 cuando estudiaba en Porto Alegre, Brasil. Le debo el gran favor a mi maestro
Antonio Cechin, un apóstol de la libertad, de la lucha por la justicia y por la
dignidad humana. En esos años ya no se vendía en las librerías, por prohibición
gubernamental, su primera obra “La educación como práctica de la libertad”;
entonces, un compañero de la facultad me llevó al negocio de un amigo suyo que
por la confianza al colega, me vendió el libro. Por supuesto, el texto estaba
editado en portugués lo que no constituyó para mí una valla para empezar a
conocer los profundos planteamientos del autor.
Más adelante y ya con los libros en castellano, pude
leer “Pedagogía del oprimido”, “¿Extensión o comunicación?”, “La educación en
la ciudad”, “Cartas a quien pretende enseñar”, “La voz del maestro”, “Pedagogía
liberadora”, “Pedagogía de los sueños posibles”, “Pedagogía de la autonomía”,
“Pedagogía de la esperanza”, entre otros, esta lista no es completa.
Como puede verse con la sola mención de los títulos,
estamos ante nuevas propuestas a partir de lo que suele darse como
sobreentendido o como imposible de superar en las prácticas educativas. Así veamos el primero “La educación como práctica de la libertad”, no es raro que
en los planteamientos tradicionales el tema de la libertad sea medio tabú. El
gran temor es cómo educar a los niños y a los adolescentes a ser libres en sus
pensamientos y en sus actitudes sin caer en la permisividad, en la anarquía. Freire va al fondo de la cuestión: una educación que no enseña a vivir en libertad no
es educación sino un mecanismo más para la opresión, para aceptar todo sin
cuestionar nada. Entonces, se trata de educar en la libertad y en la
responsabilidad, esto es, en saber responder cada etapa de la vida, cada
circunstancia, basados en la dignidad de cada uno y en la de los demás en el
común destino de protagonizar la historia, de construir una sociedad justa e inclusiva.
Así como el trato de la libertad adquiere un punto
central en los planteamientos educativos de PF, sucede lo mismo con la
comunicación. El gran maestro nos enseña que a tal tipo de educación
corresponde tal comunicación y viceversa. Si la educación es participativa,
democrática, necesariamente lo será también la comunicación, sin estridencias
de ninguna laya. La ida y vuelta del mensaje, a su vez, implica no solo un
juego de ping pong sino que ambos, emisores y perceptores, deben estar en el
mismo nivel, sin privilegios, sin posibilidades de imposiciones. Lo que
implicará, a su vez, la capacidad de escuchar, de respetar no sólo las
opiniones o saberes sino sobre todo a las personas que participan en los
procesos.
Estos planteamientos se repiten constantemente en PF.
Pero, estoy convencido que el libro imprescindible para los comunicadores es
“¿Extensión o comunicación?”. Un texto difícil, te diré. Sin embargo, ayuda a
superar los triunfalismos que con el auge de los entonces llamados “medios
modernos de comunicación” entronizaban el poderío de los mismos sobre todo de
la televisión. Aquí tenemos los elementos para cuestionarnos sobre las
posibilidades y los alcances de estos medios ya que pueden constituirse en
nuevos e incisivos instrumentos no para el espíritu crítico, para despertar las
conciencias, sino para adormecerlas aún más. En síntesis, no se trata de
abocarse a la extensión mediante el poderío de los medios sino de aplicar en su
uso las exigencias de la auténtica comunicación, cuyo primer desafío es la
participación, no la imposición.
El educador paraguayo, Ubaldo Chamorro, ya fallecido,
acuñó en guaraní una nominación del docente según los principios de PF. Así,
sugirió llamar a los docentes “pytyvõhara” y superar lo de “mbo’ehara”. El
querido amigo Ubaldo nos dejó este regalo que es, al mismo tiempo, un desafío.
No se trata de enseñar, sino de ayudar. No se trata de imponer verdades o
ciencias, sino se trata de buscar con los otros el camino de la verdad, de la
libertad, de la vida, de la solidaridad. En este caminar el maestro es un
ayudante.
Gabriel García Marquez titula a su obra cumbre “Cien
años de soledad”. La historia de América camina por siete siglos de soledades.
Celebramos los primeros cien años de Paulo Freire, el pytyvõhara de todos en la
búsqueda de la libertad, de la justicia, de la solidaridad.
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